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Después de un accidente de tráfico en el que el cuerpo humano debe responder en décimas de segundo a una intensa aceleración y deceleración, las consecuencias son imprevisibles. Cuando aparecen daños, la columna vertebral, como eje del cuerpo, suele ser la principal afectada en cualquiera de sus regiones, pero no es extraño que sean todas ellas a la vez: cervical, dorsal y lumbar.

El tipo de accidente más común es el alcance y la región más afectada en estos casos suele ser la cervical, ya que es la zona menos anclada al asiento del coche. En los diagnósticos de los partes médicos solemos encontrar términos como latigazo cervical, esguince cervical o rectificación de la lordosis… Pero, ¿qué implica todo esto en cuanto al pronóstico y las opciones de tratamiento?

El síndrome de latigazo cervical es el conjunto de síntomas, a veces muy variados, que suceden al movimiento brusco propio de un choque por alcance. La musculatura cervical y dorsal se ve sometida a un trabajo repentino de alta intensidad que se produce de forma involuntaria debido a los reflejos de protección del organismo. En los primeros instantes es posible no presentar sintomatología llamativa, pero con el paso de las horas o días, empiezan a aparecer las consecuencias, especialmente en pacientes con escasa preparación muscular. La inestabilidad asociada a una espalda poco musculada permite rangos de movimiento entre las vértebras muy exagerados. Las cápsulas articulares sufren una sobrecarga y, es muy probable que también pequeños desgarros. Todas estas lesiones son invisibles a las pruebas radiológicas y sólo pueden sospecharse indirectamente cuando aparecen desalineaciones vertebrales, en cuyo caso, el grado de lesión es alto. Pero aún sin evidencias radiológicas es muy común la aparición de síntomas cervicógenos como el dolor de cabeza, de cuello, de la región dorsal y escapular, mareos… que en casos más serios pueden asociar síntomas psicógenos como irritabilidad o fobias, generalmente relacionadas con el contexto del accidente: intolerancia al ruido (liguirofobia), a los espacios abiertos y muchedumbres (agorafobia), a las alturas (acrofobia), etc.

El proceso diagnóstico y terapéutico puede resultar en ocasiones desesperante, tanto para el médico como para el paciente, porque no aparecen lesiones que justifiquen tanta sintomatología y, sin embargo, el paciente se siente cada vez peor. La respuesta a fisioterapia es muy lenta y, en no pocas ocasiones, es difícil empezar con ejercicio debido a que el dolor lo impide.

Una vez descartadas las lesiones más serias con radiografías o resonancias magnéticas, la terapia inicial suele incluir los fármacos antiinflamatorios, analgésicos y relajantes, la fisioterapia en sus diversas modalidades (electroterapia, magnetoterapia, cinesiterapia, masoterapia…). Pero con frecuencia todos estos remedios actúan con lentitud. Es muy importante atender al componente psicoafectivo del síndrome, ya que los miedos asociados al entorno del accidente y la ansiedad causada por la escasa respuesta a tratamientos pueden acentuar el sentimiento de victimismo en los pacientes.

Los pacientes deben asumir que todos los síntomas van a ir remitiendo progresivamente. En algunos casos con bastante celeridad, pero en otros, a lo largo de varios meses. Es necesario animar a los pacientes a iniciar un programa de ejercicio en la medida de sus posibilidades, ya que sin duda alguna, la potenciación y tonificación muscular de todas las estructuras de la espalda y la cintura escapular es la mejor arma terapéutica de todas. De hecho, los pacientes que cuentan con un buen desarrollo muscular responden mejor a los tratamientos y no presentan síntomas duraderos tras accidentes de este tipo.

El apoyo farmacológico, tanto para el dolor como para los síntomas ansiosos es crucial y debe enfocarse al inicio precoz de una terapia lo más dinámica y deportiva posible.

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